lunes, 28 de junio de 2010

El Circo...



»-¿Dónde estoy?
»-En el circo.
»Observé el rostro duro, gris y quemado del cual provenía la voz. El circo. ¿Cómo demonios había llegado allí?
»-Gracias -respondí.
»El tipo me observó un instante y después desvió la mirada. Presuroso, me senté en una banca ubicada en una esquina de la enorme carpa, junto a un abedul. Al sentarme, observé el árbol con una sonrisa irónica en el rostro.
»El árbol estaba gris, como la carpa, como la cara de aquel tipo. Como el día, el cielo, y todo. Intentaba pensar en dónde estarías entonces. Todo es demasiado gris sin ti. ¿Dónde andarían mis colores, mis preciosos colores?
»Me llevé las manos a la cara y me la restregué con fuerza. Sin embargo, no pudieron borrar las marcas que las lágrimas habían dejado en mis mejillas, en mi piel, y en mi corazón. Como una aparición, te imaginé acercándote lentamente en tu vestido blanco, aquel que me gustaba tanto. Te imaginé agachándote, tomando mi cara con tus manos, sonriendo, besándome.
»Como un loco, estiré los brazos y lloré al no encontrar nada que abrazar.
»Lloré, lloré, lloré, y las lágrimas fueron ríos, y los ríos corrieron a la tierra. Pero eran lágrimas grises, grises como los surcos que dejaron, grises como las marcas en el suelo.
»¿Dónde estabas tú, color mío?
»-No llores -dijo una voz, la voz del tipo con el que había hablado antes.
»Levanté la mirada. Él no sonreía.
»-¿Qué ves aquí? -preguntó, y me mostró una hoja que había recogido del piso. Creo que le respondí entre murmullos, pues su boca se torció, complaciente.
»-¿De qué color es?
»Yo sentí una lágrima caer de mi ojo derecho, pero no la sentí arder como las demás; por alguna extraña razón, el dolor se había ido. O quizá no se había ido, pero había dejado de pesar tanto.
»-¿Verde? -pregunté.
»-El color no se ha ido, hijo. El color sólo se ha movido, y ya no está en el corazón encendido de una mujer, sino que se encuentra en el mundo. En todo el mundo.

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