sábado, 6 de noviembre de 2010

Espace Pierre Cardín

Las notas iban y venían suavemente de un lado a otro de aquel espacio. Los sostenidos y los bemoles se arremolinaban como una suave brisa de primavera formando melodías de hermosos colores, y le recordaban a Lucas olores provenientes de distintas latitudes, como hojas de otoño bailando sobre la acera helada, o cafés negros, bien espumosos, en una banca en invierno. Era una canción hermosa, realmente.

Lucas cerró los ojos y se imaginó dónde y en qué situación le hubiera gustado escuchar por primera vez aquella melodía. Y se imaginó caminando por aquel sendero que solía recorrer de niño, sí, ése que iba a parar al solitario sauce llorón que vivía en la cima del monte. Y se imaginó caminando por él en una noche de luna llena y brillantes estrellas, acompañado de una suave brisa que mecía la hierba a los costados del camino. Y allí, ya en la cima del monte, ya junto al sauce, se imaginó observando la tranquila noche, sintiendo cómo el aire entraba por sus pulmones y su vida se fundía con las millones de microscópicas vidas que coexistían en libertad. Y se imaginó extendiendo los brazos para sentirlas, y se imaginó cerrando los ojos y dejándose llevar.

Suspiró.

Recordó que hacía mucho tiempo, cuando aquello realmente había ocurrido, no había estado solo. Que había caminado aquel sendero acompañado de ella, y que ella, en cada momento, había sonreído. Incluso cuando habían llegado a la cima, incluso cuando el sauce había bailado acompasado al ritmo del viento. Y que ella le había mirado con sus preciosos ojos marrones cuando él había extendido sus brazos, y que ella le había abrazado fuerte, muy fuerte, sólo para que él pudiera sentir esa libertad, para que pudiera dejarse llevar.

Sí, allí le hubiera gustado que sonara aquella canción. En aquel instante, cuando ella le había susurrado al oído cuánto le quería, le hubiera gustado que sonara aquella hermosa canción cuya melodía subía en el silencio, y bajaba después; cuya melodía formaba puentes entre la realidad y lo onírico, entre los sueños y la vida. Cuya melodía iba, y luego venía, que arremolinaba las notas y luego las difuminaba en el aire.

Las manos de la pianista, como las manos de un director de orquesta, propusieron un movimiento que las notas acompañaban, y así, los sonidos en un instante se hallaban en Fa, y al siguiente estaban en Re, y todo era fuerza, y todo era belleza, y todo era sonido. Sonido puro, sonido divino. Un sonido que provenía de lo más hondo de lo humano.

Lucas se quedó inmóvil, con una lágrima cayendo por su mejilla, hasta que la música dejó de inundar aquel lugar. Hasta que la voz de la pianista se detuvo, y no hubo sino silencio.

Silencio... el mismo silencio que había quedado en su vida cuando ella murió.

2 comentarios:

  1. Lo amé... =)
    Sentí el sol en la cara,
    escuché la melodía
    y casi pude ver unas manos grandes y suaves tocando las teclas de un piano negro....

    Me gusta porque se nota que te nació del alma...
    Un abrazo J^!

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  2. Se siente, se respira (: pero, por qué tenía q morir, por qué no sólo (solo) se fue, para q algún día regrese u.ú


    Ves? no soy la única que escribe cosas tristes..

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