lunes, 25 de octubre de 2010

Fénix (Capítulo Final)

Avanzada la tarde, Autrey despertó de su ensueño. La débil melodía de la lluvia flotaba en el ambiente, como el suave ronronear de un gato en la oscuridad. Sus ojos, oscuros y opacos, inmediatamente se perdieron en las ruinas del Instituto, o quizá en algún lugar más lejano; no era posible saberlo.

¿Qué había pasado luego de haber usado sus poderes? ¿Por qué se había desmayado? La primera vez no había pasado nada; la segunda, en cambio, había atraído consecuencias. ¿Qué significaba todo aquello? Se preguntó si el muchacho había logrado sobrevivir. ¿Quién la había sacado? ¿Y a él?

Se irguió en la camilla de la ambulancia y las suaves gotas de agua mojaron su pantalón quemado. Las observó caer una a una sin sentir nada, completamente ausente e impávida. De repente sintió que todo le era muy extraño, que aquel no era su mundo; que no conocía nada, que todo había sido un mal sueño. Estaba en otro lado, mas no sabía dónde; sólo sabía que era lejos, muy lejos...

–Autrey –susurró Jack, que se había acercado sin hacer ruido con las manos en los bolsillos de su abrigo– ¿Estás bien?

–Sí –respondió la profesora, pero sus ojos continuaban ausentes.

–Debo felicitarte por tu trabajo. El niño logró salvarse.

Autrey le miró interesada.

–¿Dónde está?

Él se encogió de hombros.

–Se lo llevaron a un hospital, creo. Tenía los pulmones muy congestionados con el humo. Pero no importa a dónde lo hayan llevado: sólo importa que estará bien. Los salvaron justo a tiempo.

–¿Fueron los bomberos?

Jack asintió.

–¿Sabes? Ellos me comentaron que el muchacho se había golpeado con algo contundente pero que cerca del lugar no habían encontrado nada. Sólo un montón de cenizas.

Autrey se quedó en silencio. Juntó sus manos y sintió en una de ellas unas costras...

–¿Te pasa algo? Los enfermeros dijeron que no habías sufrido ni lesiones físicas ni nada. Que estabas bien. Y yo les he creído, pero te veo así y pienso que algo pasa...

–Tranquilo, estoy bien –sonrió ella–. Solamente estoy un poco cansada. Quiero llegar a casa a dormir, a tenderme en la cama...

Jack le ofreció su mano.

–¿Quieres que te lleve? Mi auto está a la vuelta.

Sus ojos se encontraron con los de la profesora. A ella, los ojos de Jack se le antojaron sinceros y comprensivos como nunca antes. Una dulce sensación le invadió el estómago.

La lluvia había cesado y el sol aparecía en el claro cielo. La calle, el césped y las ruinas estaban vacíos. Autrey exhaló un gran suspiro. Aceptó sin dudar la mano del profesor y caminaron, en silencio, hasta su automóvil., uno junto al otro...

********************************

A última hora de la tarde la lluvia volvió, y todo el mundo volvió a adquirir un color grisáceo oscuro. En el vestíbulo de su casa, Autrey intentaba pensar agazapada en un sofá. Levantó la mirada hacia el ventanal que daba al patio y al abedul quemado. Sofía, colocándose un hermoso collar frente a un espejo de cuerpo entero, apartó la mirada el tiempo suficiente para observarle.

–¡Eh! –dijo– La muchacha está pensando.

–Sí. Quería hablarte –hizo una pausa–. Hoy el Instituto se ha quemado. Voy a tener que encontrar un lugar donde trabajar por mientras...

–¡Oh, increíble! –replicó la psicóloga, sorprendida.

–Sí. Por lo mismo pasaré más tiempo en casa.

–No importa, amiga. Tú sabes que no soy de las que pasa mucho en casa tampoco. Tendrás la casa para ti sola...

–Yo sólo cumplo con avisarte.

Sofía sonrió tiernamente y se volvió al espejo.

–¿Y cómo sucedió lo del incendio? –preguntó, llevando sus manos a su cuello.

–No sé. Al parecer hubo una fuga de gas en algún lugar y se produjo una explosión. No hubo víctimas fatales, por suerte. Los bomberos nos sacaron a tiempo.

Sofía volvió a mirarle; y su mirada preguntó a qué se refería con eso tanto mejor que con palabras.

–Sí. Entré y ayudé a liberar a un chico. Usé mis poderes, pero no me vio nadie.

–Eso es arriesgado.

–Lo sé.

–¿Y por qué lo hiciste? ¿Acaso los bomberos no podrían haberlo hecho por sí solos?

–Pero se habrían demorado más...

Sofía terminó en el espejo y fue a sentarse junto a su amiga. Tomó las manos de la profesora entre las suyas.

–Yo tengo otra teoría –dijo, y sonrió–. Yo creo que tú eres una heroína. Que fuiste a salvar al pequeño porque creíste que con tus poderes sería más fácil, que no necesitarías de los bomberos...

–¡Ridículo! –saltó Autrey– Yo jamás haría algo tan egoísta.

–No es un acto egoísta, amiga. Al contrario: usas tus poderes por un buen fin. No era eso lo que quería decir.

–Pero...

–Nada de peros.

Sofía se puso de pie y caminó hasta el ventanal. Allí, apoyó su mano sobre el vidrio mojado, justo en el lugar donde estaba la imagen del abedul quemado.

–Ése no es el problema en realidad, Autrey. Lo hecho, hecho está. Lo que importa ahora es que eres una mujer con sorprendentes habilidades, y debes tomar la decisión que deben tomar todos los héroes. Ser, o no ser.
Autrey estalló en una carcajada que llenó la sala.

–¿Una heroína? –dejó de reír súbitamente– Yo no...

–Es tu decisión. Sólo recuerda que, pase lo que pase, siempre estaré para ti.

Sofía se acercó a una percha, tomó su abrigo y su paraguas, se devolvió a despedirse de su amiga y caminó hasta la puerta. Cuando llegó al umbral de la puerta se volteó.

–Nos vemos después, Autrey. Piensa en lo que te he dicho.

La profesora iba a decir algo pero sólo movió los labios. Sofía, luego, salió de la casa y se adentró en la lluvia.

No volvería hasta el amanecer.

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