Sin tu dulce locura,
me vuelo pequeña y menuda
la noche te sueña y se burla
me intento abrazar y te esfumas
“Dulce Locura”, La Oreja de Van Gogh
Magdalena abrió los ojos, sobresaltada. Se irguió en la cama, y, luego de suspirar, se llevó su mano a la frente para ver si tenía fiebre.
“Sólo fue un sueño”, se dijo, tranquilizándose. Miró a todos lados y comprobó que estaba donde debía estar. Su habitación, su cama, su espejo, su marido... Su marido. Estaba aún durmiendo, allí a su lado, y parecía muy tranquilo, muy cómodo. Le acarició los cabellos, se los arregló, y le besó la frente.
Se recostó para intentar dormir, y sus ojos fueron cerrándose poco a poco...
Se peinaba. Se peinaba sonriente frente al espejo, el enorme espejo de su habitación, con un peine que su madre le diera para su aniversario. Todo estaba tranquilo. De pronto, sintió pasos en el corredor. Se quedó quieta, contuvo la respiración. Los pasos se hicieron más fuertes, más cercanos, hasta que de pronto... se detuvieron.
Se volteó. Nadie.
Se volvió al espejo: nadie. Movió su mano, y en ese instante... dos manos le tomaron la cabeza, la hicieron girar, y le obligaron a expeler un enorme grito. Le atacaron, le golpearon, le asfixiaron...
Despertó con un grito gutural. Su frente transpiraba un sudor frío que le recorrió la cara y le provocó escalofríos.
Se puso de pie, y, sin atreverse a mirar en el espejo, se metió al baño. ¡Qué cálida le resultó aquel día la ducha! ¡Qué tranquilidad emanaba el vapor! Con una toalla envuelta en su cuerpo, y otra más pequeña en su cabeza, salió a su habitación. Se miró al espejo. ¡Qué bonita estaba!
Súbitamente notó que la puerta de su habitación, por el reflejo del espejo, se abría. Su corazón latió más rápidamente. Se giró; la puerta estaba cerrada. Se volvió al espejo, y la puerta se abría más y más. Su corazón latió más rápido aún. ¿Qué demonios estaba pasando?
Con todo su valor –el poco que le quedaba– se puso de pie y se dirigió a la puerta. Rió; estaba cerrada.
“Estupideces”, pensó.
Tomó el peine de su madre y se dirigió otra vez al espejo.
Su corazón casi se sale de su sitio cuando sus ojos vieron, en el reflejo del espejo, que todo volaba y caía, como si alguien estuviera, en alguna parte, destruyéndolo todo. La puerta estaba abierta.
Al volver la vista, comprobó que eran alucinaciones. Todo en orden, y hasta la cama estaba hecha... Cerró su puerta con llave y se sentó en la cama con los ojos cerrados.
Curiosidad. Curiosidad. Mucha curiosidad.
Abrió los ojos y miró el espejo. Para su sorpresa, vio que Eric se acercaba desde el umbral de la puerta semiabierta.
–¡Amor! –exclamó ella, con la frente perlada de sudor. Él sonrió y se acercó con pasos lentos pero seguros hasta su mujer. Abrió un cajón de la recámara, y con prontitud lo cerró.
–¿Qué haces? –preguntó, mucho más tranquila, Magdalena.
Él le sonrió y le guiñó un ojo. Se acercó.
Magdalena se volteó para observar a su marido, pero no vio a nadie. ¿Nadie? Miró el espejo. Todo en orden.
Suspiró.
Dos segundos después, sintió cómo la piel se le quemaba, y cómo algo violento le tomaba del cuello, y sólo atinó a intentar gritar...
=D
ResponderEliminarwow! me encantó...