sábado, 31 de julio de 2010

El Café de aquella esquina


Era la mujer más hermosa que Vincent había visto en mucho tiempo. Sus cabellos rizados caían aterciopelados sobre sus hombros; su vestido blanco, apenas oculto por su abrigo negro, dejaba entrever unas hermosas piernas blancas como la leche; sus ojos negros, como dos perlas vivas, se movían de un lado a otro... No, no. No podía ser cierto. Era como ver un ángel, un verdadero ángel.

Observó a la mujer un momento, desde su posición en aquel frío asiento. Le observó apostarse sobre una farola de luz anaranjada, y observó cómo bostezaba, algo cansada. Observó cómo sus cabellos se mecían ligeramente, y cómo sus mejillas, pálidas, se sonrojaban por el frío. Observó hasta que, por alguna extraña razón, se sorprendió a sí mismo sonriendo, sonriendo como un tonto.

Tomó un sorbo de aquel café que había ordenado un par de horas antes.

La noche había caído hacía algún tiempo. Las sombras se habían extendido y habían cubierto con su manto toda aquella esquina, pero algunos despojos del atardecer violeta aún sobrevivían. Y, hermosos, retocaban el rostro de la mujer que parecía un ángel, que bajo aquel tono parecía infinita, resplandeciente, eterna. Asombrosa.

¿Cómo se llamaría? ¿Estaría esperando a alguien?

La mujer, por alguna extraña razón, sonrió. Y al sonreír, Vincent sintió cómo entraba luz en su alma, y cómo sus defensas caían como dominó una tras otra. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien le había hecho sentir de aquella manera? Ahogó una exclamación de éxtasis.

La observó durante varios minutos. Y no supo cuánto tiempo pasó, pero de pronto escuchó las risas de una pareja en una mesa cercana, y una canción de Sinatra sonar en esas estúpidas maquinas. Se sintió tonto por haber esperado tanto tiempo y quiso salir a conversar con aquel ángel...

De pronto, la mujer se movió y avanzó hasta la calle. Acaso... ¿corría? El resto fue difuso. Vincent sólo escuchó el sonido de una bocina, el freno precipitado de unas llantas de automóvil, y el cuerpo de un ángel cayendo sobre el pavimento...

viernes, 30 de julio de 2010

Despertándose





[[Dijo una sabia que la Luna es lo más bello que hay. Yo creo que existen momentos que nos recuerdan lo incompleta de esa aseveración. Mejor, creo, sería plantear que existen momentos en nuestras vidas que son tan hermosos como la Luna; como esas miradas que damos con el alma, como esa sensación que queda en la boca después de un beso, como el escalofrío que recorre nuestras espaldas después de suaves caricias. En fin. Como esos tesoros que nos esperan al final de cada arco iris. Por esos momentos...]]





Me despierto. Alargo los brazos, bostezo, y esbozo una sonrisa al ver tu rostro aún pegado a la almohada.

Es temprano. Lo suficiente para levantarme, para servirme un café, y volver a la cama. Me levanto. Camino por la casa solitaria, y oigo llover. ¿Ya es invierno? Los días pasan iguales uno tras de otro, infinitos, ya no sé ni qué día es.

En la cocina, ya la cafetera está lista y el café sale rápido. Mi cabello está desordenado, pero no importa. Pensar que cuando vuelva a tu lado querrás ordenarme. Como siempre. Como me gusta.

Salgo de la cocina, y te imagino entonces tirada en la cama, junto a mí, con la brisita que da tu respiración, con la semblanza de estar durmiendo en paz. Te canto, te hablo en secreto, y te confieso mi amor, mi devoción, sin que te enteres.

Tu amor es bien de amor.

Entro en la cama junto a ti. Tú duermes. Me hace feliz verte a mi lado, pienso en ti.

–Te quiero –susurro.

–Te quiero –respondes con una sonrisita y un beso, levantándote.

jueves, 29 de julio de 2010

El Amor Más Fuerte

Estaba de pie en medio de la sala. De pronto, y acabando con el silencio sepulcral de ésta, sonó en la televisión la melodía que mi madre alguna vez me pusiera para dormir cuando yo era bebé. Por mi mente cruzaron algunos recuerdos fugaces de mi infancia, de mis momentos felices de la infancia.


No por eso dejé de apuñalarla una y otra vez.

domingo, 25 de julio de 2010

La Casa de los Recuerdos

El otoño poco a poco llegaba al corazón del bosque. Allí, donde la luz sólo alumbraba dos tercios del día, tenue por la presencia inagotable de miles de hojas de árboles, se mantenía aún sostenida una casa de ladrillo rojo, enredaderas trepadoras y ventanas amplias.

Era una casa que había estado abandonada por más de cinco años, y de la cual no se había perdido nada, producto ya de la ineficiencia de los ladrones de la zona ya por el difícil acceso. Era una casa grande, muy grande, y bella, muy bella.

Esta casa estaba cubierta casi en su totalidad por enredaderas verdes (creo que ya las había mencionado), y por las ventanas sólo se podía distinguir oscuridad, abismante oscuridad.

Para una persona común y corriente, era un lugar misterioso, legendario y sobre todo aterrador.
Para mí era mi casa, el lugar donde había crecido.

¡Qué años aquellos! Recuerdo cuando jugaba con mis hermanos pequeños, cuando salía a correr por el bosque o cuando me perdía en la espesura para no volver sino hasta la hora del té. Todos, recuerdos fugaces y hermosos.

Claro que de todo eso ha ya mucho. Ahora, el lugar me parece un baúl de fantasmas, un lugar donde solo el diablo podría ir a dormir. Un viento frío sopla a mi derecha, me arremolina el cabello y me hace rechinar dos segundos los dientes. El viento parece murmurar, parece cantar...

Suspiro y comienzo a caminar, ansioso de entrar a la casa, mi casa. Manos en los bolsillos, cigarrillo en la boca, humo en el aire, la melancolía de los recuerdos en mi corazón.

Al llegar a la puerta de la casa, de madera de roble, dejo caer lo que queda de mi cigarrillo y lo aplasto con el pie; de mi bolsillo derecho saco un juego de llaves metálicas, frías, muertas, y pongo una en la cerradura.

Con un rechinar horrible, producto de la oxidación de los años, la puerta se abre. Frente a mí, una casa oscura y llena de telarañas en el umbral. Oigo un sonido tras de mí; como si algo que no debía moverse se hubiera movido, más no le presto atención pues debo continuar.

La casa ejerce en mí una especie de hechizo mágico, una atracción casi sexual. Me incita a entrar, a recorrerla de pies a cabeza, a...

No, no puedo caer en malos pensamientos; no tengo tiempo. Antes de poder siquiera pensar ya estoy adentro, trayendo a la memoria recuerdos de mi infancia.

Adentro, y luego de unos minutos acostumbrándome, ya puedo ver todo. Telarañas por acá, polvo por allá (y por acá también), y olvido por todos lados. ¿Cuántas veces he recorrido todas estos pasillos? Cientos, miles, ya he perdido la cuenta. Es que todo aquí me atrae, me desespera, me aviva el espíritu, ¡qué pasión!.

Las escaleras me llaman a subir por ellas. Puedo sentir su poder, puedo sentirlo dentro de mí...

Casi con locura subo por las escaleras. Desde este momento, cada paso y cada movimiento debe ser calculado. En este lugar, sé que me costará transitar. Siempre me ha costado, lo recuerdo.

Arriba, todo es distinto. Se puede sentir el frío, el obsceno olor, cada malévolo sentimiento se puede sentir en el aire. Un pasillo. Y al fondo, una puerta.

Camino apresurado, sólo queriendo continuar. Extasiado, llego a la puerta.

Toco.

Pero... ¿por qué tocar?

Toco más fuerte y más apresurado, más ansioso de entrar, más asustado de no entrar.

Algo camina en las escaleras, atrás.

No camina, corre.

Sube.

La puerta se abre.

Adentro, la cama donde dormía cuando pequeño.

Ensangrentada.

Con mi pequeño cuerpo acostado, y el piso manchado de sangre.

Una mano toca mi hombro; el comprendimiento final ha llegado.

sábado, 24 de julio de 2010

(Paréntesis)

Where Or When.
Diana Krall.


Tributo a esa música que, cada vez que oímos, nos trae al presente emociones o sentimientos tan potentes como un piano o una voz. Esa música que está atada a algunas sonrisas, a algunas miradas, o a esos intentos patéticos de recuerdo. Porque hay música atada a nuestros corazones, y música atada a los momentos...







It seems we stood and talked like this before, 

We looked at each other in the same way then, 

But i can't remeber where... 

Or when. 



The clothes you're wearing are the clothes you wore, 

The smile you are smiling you where similing then, 

But I can't remeber where... 

Or when. 



Some things that happened for the first time 

Seem to be happening again. 



And so it seems that we have met before, 

And laughed before and loved before, 

But who knows where or when. 



And so it seems that we have met before, 

And laughed before and loved before, 

But who knows where or when... 

Who knows where or when. 

viernes, 23 de julio de 2010

Algo te está llamando (Something is Calling You)

Él estaba sentado desde hacía mucho tiempo en aquella piedra. Descansaba su vista en el horizonte, en las gaviotas que sobrevolaban el mar y, de vez en cuando, extendía sus manos, sus fríos y blancos dedos, hacia  el azul insondable del mar. Le hubiera gustado tocarlo, sentirlo, pero estaba muy cansado como para ir, demasiado cansado como para moverse. Se limitaba a apreciar el aroma del viento, aquel viento que le removía los cabellos, y suspiraba, suspiraba infinitas veces.

Suspiraba porque algo le faltaba.

El viento peinaba suavemente la alfombra de hierba tierna y verde, y se detenía en un pequeño círculo aplastado junto a la piedra. Cada cierto tiempo, cuando la angustia le entraba al cuerpo, miraba aquel lugar, y con reverenciosa melancolía sonreía, sonreía y la tristeza inundaba sus ojos. Ni el atardecer que moría ante él, ni el hermoso sol que guiaba aquella sinfonía, llamaban tanto su atención como aquel montículo, aquel pequeño espacio vacío.

No, porque algo le faltaba.

Una mariposa se posó sobre su mano, alargada, fina, severa, y anunció con un batir de alas el final del día. Las sombras poco a poco se alargaron, se hicieron más gruesas, conquistaron el terreno. Y la luz del sol se fue apagando, y sus rayos, anaranjados, se volvieron amoratados, mientras su calor se fue volviendo frío, y su calidez, gelidez.

Qué coincidencia; quizá al sol también le faltara algo.

Comenzó a soñar y a imaginar con las primeras estrellas. Y se imaginó corriendo por los montes, gritando con el viento, montando a los delfines y viendo los arrecifes de coral. Se imaginó sonriendo, se imaginó abrazado, se imaginó feliz. Y, con el canto del primer grillo, cerró los ojos y se imaginó un hogar, su hogar. Un hogar donde le esperaba una cama, una luz, un fuego.

Pero un hogar al que, sin embargo, le faltaba algo.

En distintos puntos, progresivamente, distintas luces pequeñas como puntos, como estrellas, se encendieron y comenzaron a volar, describiendo hermosas formas y generando preciosas figuras. Él las observó y suspiró. Luego miró hacia el montículo de pasto aplastado y, como lo hacía desde hacía mucho tiempo, sonrió. Sonrió y volvió a descansar su vista en el horizonte, hacia el mar que, oscuro y tenso, chocaba una y otra vez contra las piedras y contra la arena.

Sintió, en el pecho, una opresión y llevó sus manos hacia la herida. Hacia la herida que no sangraba, hacia la herida que le decía, una y otra vez, que algo le faltaba. Que algo, que alguien, le faltaba. Volvió a sonreír, hipnotizado por la ironía.

De pronto, lo sintió nuevamente. Era ella, era ella la que faltaba. Era ella ese alguien que le llamaba.

La extrañaba. Quería que volviera. Y, con ese pequeño murmullo, pequeño como el latir de un corazón angustiado, derramó una lágrima. Una lágrima como súplica, una lágrima como ruego. Una lagrima que el viento se llevó, una lágrima que voló hasta el mar.

Pero no se movió. Siguió sentado en aquella piedra, como desde hacía mucho tiempo...

jueves, 22 de julio de 2010

Encuentro Nocturno


Carolina aspiró el aire contaminado de Santiago. Lo hizo con fuerza, para así sacar los malos aires de su cuerpo, y comprobó que era aire y no respiración o sudor de alguien más. La sensación de aquello, luego de salir del metro, no tenía precio. Era lo mejor que podía pasarle a una persona. Sonrió.

Ahora, si el aire estaba contaminado, si el aire era aire en Santiago, importaba poco.

Carolina echó a andar y subió por las escaleras que le llevaban al paradero de la micro. Llevaba las manos en los bolsillos y una bufanda alrededor del cuello. Aunque hacía frío, se sentía bien, e incluso sentía las mejillas algo prendidas. Quizá fuera la emoción de llegar pronto a casa, no lo sabía.

Oyó que un ¡puf! soltaba al tren y éste comenzaba a andar por debajo del concreto. Oyó un ruido de ruedas chocando contra algo metálico, como un corcel que pelea un poco contra su jinete antes de ponerse a andar. Oyó, luego, la brisa que meció sus cabellos desordenados arriba. Oía, para no pensar. Oía y caminaba.

Anduvo hacia el paradero pero un par de metros antes, aminoró la marcha. Había oído a Ruth, la noche anterior, comentar en la mesa que había visto en uno de los paraderos que solía recorrer un asalto, y, por si las moscas, quiso evitar cualquier percance. Se detuvo antes de un basurero y esperó tranquila.

Cuando la micro llegó, Carolina la abordó y pasó su tarjeta. Se sentó en el primer asiento, ignorando al chofer que a su vez le ignoró a ella, y posó de inmediato sus ojos en las luces que provenían de la calle y del paisaje; adentro no había luz. Se sintió extasiada del espectáculo, ya que pocas veces los choferes apagaban las luces, y trató de disfrutarlo al máximo. Cuando el vehículo se puso en marcha, las luces rojas, verdes, amarillas y blancas se fueron turnando y traslapando, bailando al ritmo del vehículo. Era un espectáculo hermoso, muy hermoso.

Por la acera del frente, vio que un automóvil tenía las luces rojas, blancas y amarillas encendidas y, además, tenía por debajo unas luces azules. Seguramente era un taxi, pues llevaba algo como un anuncio verde de neón encima del techo. Su motor rugía, y su velocidad aumentaba con cada segundo. Carolina concluyó que el abanico de colores y luces que aparecería ante su ventana sería asombroso, y lo observó atenta.

El motor rugió con más fuerza y la velocidad del vehículo aumentó. Carolina observó, durante medio segundo, el espectáculo más asombroso de su vida, con múltiples colores transformados en nítidas luces alargadas como tubos, una sobre la otra, una junto a la otra, una encima de la otra. Y vio colores naranjas, cafés, morados e incluso algo de gris cuando éstos comenzaron a alejarse, a mezclarse, a fundirse.

Su cabeza casi se le dio vuelta y su cuello casi se rompió intentado seguir con la vista al vehículo, y una silueta que iba en el asiento posterior se percató de esto y sonrió. Sus ojos, negros de contornos verdes, brillaron en la oscuridad.

Cuando todo estuvo en tinieblas para Carolina otra vez, cuando ya las luces perdieron su atractivo por no parecerse a aquel vehículo, cuando todo pasó, Carolina percibió esos ojos. Se preguntaría, después, por qué los había mirado, pero no tenía razón alguna. Quizá lo más probable sería su posición después del espectáculo, con la mirada puesta en diagonal hacia atrás. Pero no, quizá no fuera eso. Quizá fuera algo más.
Y sus ojos se posaron en esos ojos, y sus ojos se perdieron en esos ojos, y sus ojos se convirtieron en esos ojos. Y, desde ese momento, no quiso desprenderse de ellos. Desde ese momento, supo que algo iba a pasar.

-Cuida tu cuello -dijo la silueta masculina dueña de aquellos ojos. Carolina sonrió.

-Lo intentaré.

Sus palabras se convirtieron en susurros y lentamente murieron en aquel espacio vacío entre los asientos.

Los brazos de aquella silueta asomaron por encima del asiento y se apostaron relajadamente cerca de Carolina, aunque muertos, sin movimiento. Ella los observó casi sin prestarles atención.

-¿Verdad que es hermoso viajar de noche? -preguntó él, con voz aterciopelada. Relajada.

Carolina asintió. Afuera, sin embargo, no había nada digno de verse ahora. La luz anterior, aunque de fuerte impresión, ahora parecía muy lejana. A miles de años luz. Para Carolina, sólo había oscuridad por todos lados, oscuridad porque los brazos le tapaban la vista de aquellos ojos.

-A mí me gusta porque se ven muchas cosas interesantes -bajó los brazos; sus ojos otra vez se posaron en los de Carolina-. Muchas cosas interesantes...

-¿Sí?

La mujer intentó desviar la conversación de aquellos ojos.

-Ésta es la primera vez que me toca ir con las luces apagadas. Pero el espectáculo que he visto hoy ha sido asombroso -murmuró.

El hombre comprendió. Sus brazos nuevamente se interpusieron entre sus ojos. Eran los brazos de alguien joven, y estaban cubiertos por una chaqueta café. Quizá fuera alto.

-Como las luces, también están los sonidos -dijo él-. Aunque claro, entre los sonidos de la micro y los sonidos de la calle no se puede distinguir muy bien. Prefiero los sonidos que hace la ciudad cuando uno puede realmente escucharlos.

Carolina miró el resto del vehículo por detrás de la silueta con la que conversaba y comprobó que, en aquel momento, no había nadie más a bordo; sólo iba el chofer, que llevaba sus audífonos y escuchaba música. Además, comprobó también que faltaba poco para bajarse, por lo que agarró su bolso con las manos.

El motor, ahora que lo pensaba, realmente sonaba muy fuerte.

-No sé si los sonidos de la ciudad pueden ser realmente tan fascinantes -dijo, sonriendo-. A veces uno sabe qué puede escuchar.

-¿Cómo te llamas? -preguntó él.

-Carolina.

-Muy bien, ése es un sonido fascinante.

De pronto, apareció clara en la oscuridad una sonrisa. Una sonrisa perfecta.

Carolina se puso de pie, nerviosa, y dio un paso. El hombre dio un salto y se puso delante de ella.

-¿Bajas aquí? -preguntó.

-Sí -respondió ella.

-Qué coincidencia. Yo también.

Caminaron juntos hasta el fondo y él apretó el timbre. Una luz se prendió en la cabina del chofer y éste meneó la cabeza como si lo hubiesen despertado de un largo sueño. Inmediatamente después, la micro se detuvo, y con un sonido como un ¡puf!, la puerta se abrió y los depositó sobre la fría acera bajo una farola y junto a un paradero.

En ese momento, Carolina le vio completamente. Él era un hombre alto, una cabeza entera más que ella, de cabello negro y tez blanca, muy blanca. Iba vestido con una chaqueta café, con una camisa celeste, y sus pantalones eran unos jeans nuevos muy oscuros. Llevaba unos zapatos sin plataforma, negros con puntas blancas.

-¿Hacia qué lado vas tú? -preguntó él, y sus manos se metieron en sus bolsillos.

Carolina indicó hacia atrás con el pulgar y sonrió. Sintió qué algo le recorría la espalda de arriba a abajo cuando él le devolvió la sonrisa y comprobó que la temperatura había bajado considerablemente.

O quizá había subido.

-Ah. Entonces hasta aquí llegó nuestro viaje. Yo voy para el otro lado.

Ella se encogió de hombros. Cruzó, una última vez, sus ojos con los de él.

Se miraron unos segundos en silencio, dejando que el frío se colara entre sus ropas, y finalmente Carolina comenzó a caminar. Primero hacia atrás, lentamente, y luego de un giro hacia adelante. Se detuvo cuando él le llamó, unos segundos después.

-¿Carolina?

Ya estaban a varios metros de distancia.

-¿Qué? -preguntó ella.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

La mujer asintió. Miró el parque que separaba ambos sentidos de la calle a las espaldas del hombre y lo vio vacío pero iluminado.

-¿Te veré alguna vez de nuevo por aquí?

-Quizá -respondió-. Es una ciudad pequeña.

-Ah. Bueno. Si tú lo dices, te creeré. Buenas noches, Carolina.

-Buenas noches...

El hombre se volteó, miró a ambos lados de la calle y cruzó trotando. Carolina dio un paso hacia adelante.

-¡Detente! Aún no me has dicho tu nombre.

-¿Qué? -dijo sin detenerse.

-¡Yo te dije mi nombre, pero tú no me dijiste el tuyo! -explicó a grandes voces Carolina.

Él sonrió.

-¡Cierto! -exclamó rápidamente- ¡Buenas noches, Carolina!

Y, con la misma velocidad de su respuesta, salió corriendo. En unos instantes, se había perdido detrás de una esquina.

jueves, 15 de julio de 2010

Bailar bajo la Luna

[Ésta historia tiene algún tiempo. Quizá la hayas leído alguna vez...]


-Acuéstate a mi lado.
Nora extendió los brazos y los movió lentamente de arriba a abajo. Su piel hacía contacto con la hierba. Cerró los ojos un momento para sentir el aroma de la noche.
-El pasto está helado -respondió él.
-También tu corazón. ¡Vamos, acompáñame! Veamos juntos las estrellas. Hace ya seis años que no nos vemos. ¡Acompáñame! ¿Por favor?
Él se agachó y se agazapó a su lado, quedando su cuello sobre el brazo extendido. Un estremecimiento le recorrió la espalda con el contacto de la fría piel. Nora sonrió y abrió los ojos.
-Soñaría una noche como ésta toda la noche -dijo él; un trozo de melancolía asomó en su rostro-. Hace tiempo no veo la luna así, brillante, llena. Y hace tiempo que no sueño.
-Acércate un poco.
-...
-¿Sabes? Hace tiempo que yo tampoco sueño. Creo que han sido tiempos difíciles.
A los lejos, suave, se escuchaba una melodía triste, afligida. Un jazz o un blues desconocido cuyas notas iban y venían, iban y venían. Notas que subían, que bajaban, que lloraban, que sufrían. Notas de una canción especial y melancólica.
-¿Cuándo fue la última vez que estuvimos así, Nora? Tú, yo, la noche. ¿Cuándo?
Nora pensó un momento. Una lágrima cayó de su mejilla.
-Hemos cambiado -susurró-. Tú... y también yo. Ya no somos los mismos chicos de antes. Han pasado seis años. Desde que te fuiste, hemos cambiado.
-Mucho tiempo. Y sin embargo, mis sentimientos no han cambiado.
-La noche es muy linda, ¿no crees? La luna está hermosa. Y la música... ¡Oh, Dios, cómo me gusta esta música!
Nora se puso de pie de un salto y cerró los ojos para que el viento trajera a sus oídos aquella triste melodía que se escuchaba a lo lejos, para que trajera la música, y para que se llevara el dolor. Él se paró y se quedó a su lado observándole, con los ojos hechos vidrio, y las manos empuñadas, firmes. En ese instante, el sonido de miles de estrellas explotando en la noche, suavemente, hizo que ella abriera los ojos.
Que finalmente, después de seis años, abriera los ojos.
-Ven. Bailemos -dijo ella.
Ambos dieron un paso. Él la tomó de la cintura y Nora se aferró de sus hombros con fuerza. Comenzaron a moverse bajo la luz de la luna, subiendo, bajando, llorando y sufriendo con la canción que, quizá, seis años atrás, debía haber soñado.
-Cuando fuimos extraños, recuerdo que te miraba sin parar desde lejos -murmuró él.
-...
-Y cuando fuimos amantes, te amé con todo mi corazón.
Nora derramó una lágrima. Él besó suavemente su frente y, con ambas manos, corrió su cabello hacia los costados.
-Se hace tarde -respondió ella, con los ojos llenos de lágrimas pero tranquila-. La luna está alzándose -sonrió; sus labios se posaron en los labios de él-. Bailemos, que la luna brilla en tus ojos aún.
Y, con un beso, bailaron y bailaron hasta que la noche acabó. Hasta que la luna, hermosa, grande, pálida y redonda dejó de brillar. Hasta que la magia de un blues o un jazz, la magia de una canción melancólica, se extinguió...

miércoles, 14 de julio de 2010

Dar vuelta esa página...

Lucy adoraba cómo la luz de las farolas hacía brillar las infinitas gotitas de agua de la fuente. Le adoraba ver cómo el agua adoptaba distintos colores, y a veces se ponía roja, y a veces verde, y a veces dorada. Durante las noches de verano siempre intentaba pasear por aquel parque, para, con las manos en los bolsillos, detenerse, observar y disfrutar. ¡Oh, cómo adoraba aquel espectáculo de luces!
En algún lugar cercano, pero que no pudo adivinar, comenzó a sonar la suave melodía de un piano. Y Lucy se perdió en la infinita noche, a medida que la melodía avanzaba, y la gente, a su alrededor, pasaba.
De pronto, sintió que Ignacio había llegado y cruzaba sus manos por sus caderas y le abrazaba. Sintió su rostro aparecer junto a su rostro, y sintió cómo su boca le rozaba la mejilla en un beso.
Ella apuntó las luces y la fuente. Y de reojo observó cómo él sonrió, sin decir una palabra.
Se quedaron ahí un momento. Lucy cerró los ojos e Ignacio la abrazó con más fuerza. El momento pareció mucho más que un momento, y la luna detuvo el tiempo, y el piano elevó sus melodías a la noche, y las estrellas comenzaron a reír. Lucy escuchó sus corazones latiendo al unísono, y de pronto la fuente y los colores habían desaparecido, y ahí estaba Ignacio, y ahí estaba él con ella.
Hay momentos en los que el tiempo se detiene y queda suspendido en el aire; y los sonidos se detienen, y las luces se detienen, mucho más que un instante. Hasta que el tiempo comienza a correr de nuevo, y todo ha terminado, y el instante se desvanece.
Lucy abrió los ojos. Con las manos en los bolsillos, comprendió que estaba sola, que él no regresaría. Y pasó por su mente y encontró aquel rincón en donde le había dejado, donde guardaba los momentos que no olvidaba. Colocó allí aquella noche de paseo, e intentó dar vuelta la página.
Luego suspiró. Y luego observó un momento más las luces y cómo se mezclaban con la suave melodía del piano y la noche, y, finalmente, con un aire triste, echó a andar hacia su casa.

lunes, 12 de julio de 2010

El Laberinto de la Reina

La Reina elevó la vista al oscuro cielo violáceo, y ante el melancólico paisaje, suspiró. ¿Hace cuánto tiempo había llegado a aquel laberinto? Hizo memoria, pero no pudo recordar. Recordaba un barco, una hermosa tarde de verano, una cálida bienvenida, un rostro masculino de sombrías facciones, pero el tiempo... el tiempo parecía no existir.
Caminó la Reina por el laberinto de hielo, por entre las enormes paredes níveas, y cada tanto se acercó y colocó sus manos junto a ellas, sin un motivo, sin saber realmente por qué.
La tarde terminaba, y poco a poco el sueño la invadía. Y así, así... hasta que, sin real conciencia, se tendió sobre la fina hierba verde y, con una sonrisa sobre sus azules labios, cerró los ojos. Todo fue desapareciendo progresivamente: el cielo, las paredes, la hierba, la luz... y, uno por uno, todo fue reemplazado; apareció ante ella una cálida corte imperial, llena de bufones, juglares, doncellas, nobles, dulce música...
La Reina, siempre tan encantadora, siempre tan gallarda, sonrió, mostrando al mundo su vestido nuevo, negro, de encaje, muy lindo, mientras saludaba con la mano a los súbditos apiñados a las orillas que le gritaban piropos, que le reverenciaban, que le adoraban.
Todas las mujeres, envidiosas, cuchicheaban tras de ella, hablaban de su belleza, de lo bien que estaba, de su hermosa sonrisa...
De pronto, sonido de trompetas inundó la gran corte y todo se detuvo. Ella, sin dejar de sonreír, miró hacia la puerta, y vio entrar a su Rey. Galante, bien vestido, con su hermosa barba, siempre alto, delgado, fornido... su hombre. El hombre.
Se sonrieron, sin hablarse, y, tomados del brazo, caminaron por todo el lugar, haciendo gala de todos sus atributos, saludando a todo el mundo sin saludar a nadie. Una música tierna, un vals, invitó a todo el mundo a la pista de baile, y la Reina no fue la excepción. Se movía tan grácil, tan llena de talento, poderosa...
Pero, como en todo sueño, había que despertar. Desapareció su Rey, la gente, las mujeres, la luz, la música... y el trino de un ave le despertó.
Los muros de cristal. El helado laberinto, el cielo violáceo... lo de siempre. Suspiró. ¿Hace cuánto tiempo había llegado a aquel laberinto, donde el tiempo parecía no existir?

domingo, 11 de julio de 2010

Estamos caminando en el aire...

[Que trata de un noble y dulce sueño que tuve una cálida y profunda noche de primavera...]


Estamos flotando en el misterioso y oscuro cielo nocturno
La gente en los alrededores duerme, todo indica que es el tiempo de contar...

Te sostienes de mi cuello con tus blancas manitos
Cabalgamos juntos en la azul medianoche
Estoy encontrando que puedo volar muy alto contigo a mi lado
Contigo...

Lejos del mundo llegaremos,
Donde las estrellas bailarán con nosotros
Las villas de los hombres se verán como puntos en el suelo

Aquella orquídea que plantaste ya no se divisa
Las montañas y los ríos apenas se distinguen
Cuando caminamos en el aire
Juntos, imparables

Estamos surfeando en el aire
Nadando en el helado cielo de oriente
Cada vez más rápido
Se siente el viento en la cara

Dos estrellas nos persiguen,
Danzan su melodía de armonía
Son la felicidad y la fe
Felicidad de estar juntos
Fe de no separarnos jamás

Frente a nosotros el mar
Nunca callado
Helado
Negro en la noche oscura

Estamos caminando en el aire
Alto, alto, alto
Un ave pasa junto a nosotros
Sonríe, se quita el sombrero, sigue

Cualquiera que nos viera,
Sea ave, pez o serpiente,
Sonreiría y nos desearía buen viaje
Nos daría una flor y continuaría

Porque caminamos en el aire,
Hasta donde muy pocos podemos llegar

Ahora veo mi cama, me cuesta despertar
Quiero seguir mi sueño
Quiero soñar caminar en el aire...