sábado, 10 de julio de 2010

Mariposa 2


I’m complete in your eyes
Dianne Reeves



El sol rayaba con el horizonte en la parte más baja del cielo, cuando Carolina acarició el agua con la palma de su pie. Oh, un poco, muy poco. Apenas un roce y se formaron tres anillos que se abrieron y expandieron hasta llegar a los bordes de la piscina, bellos y perfectos. Al chocar contra el concreto, silenciosamente se devolvieron y se franquearon, desapareciendo instantes después en la quietud, en la calma, confundiéndose con el resto del agua.

«Calma», pensó la muchacha. ¡Qué extraña sonaba la palabra! Como si hubiera sido mucho tiempo atrás cuando la hubiera escuchado por última vez. Como si aún no la disfrutara completamente. Y, sin embargo... ¿no hacía ya algún tiempo que había dejado de sentirse aproblemada? ¿No hacía ya algún tiempo que todos los problemas habían terminado, al menos los importantes?

Suspiró. Sí; calma. Calma y tranquilidad. Ya era tiempo de volver a vivirlas...

-¿Qué estás haciendo? -interrumpió Lorena, que le observaba desde la hamaca con una sonrisa burlona.

-Pensaba mientras probaba el agua -respondió ella, volteando un poco la cabeza para mirarle con el rabillo del ojo.

Su hermana estaba apostada en la lona al fondo del patio, y tenía los cabellos desordenados por la reciente siesta. Su aspecto era el de una antigua diosa griega, con sus largas piernas, su piel blanca, sus labios rojos y su mirada altiva. Lorena se puso de pie de un salto, echó a andar por el patio con gracia, y se sentó junto a su hermana, colocando los pies junto a los de ella, bajo el agua de la piscina.

-¡Está helada! -exclamó, afirmándole el hombro con fuerza.

-Sí. El sol ya casi desaparece, y el agua ya se enfrió. ¡Dormiste un buen rato!

-¿Qué hora es?

Carolina sonrió. Su hermana comenzó a mover los pies en el agua, primero lentamente, luego más rápido, mientras el sol continuaba cayendo...

-Las ocho y media -respondió.

-¡Qué tarde! ¿Y todavía no nos vamos a la casa?

-Adivina -bromeó, irónica-. Tú dormías y mi mamá está conversando con la tía Doris adentro. No, aún no nos vamos.

Lorena hizo una mueca, deformando graciosamente su cara al intentar imitar a su hermana. Se quedaron un instante en silencio, contemplando las olas que la menor había formado con sus movimientos. Carolina suspiró. «Calma», recordó...

-¿Y en qué pensabas? -preguntó Lorena, al cabo de unos segundos.

-En muchas cosas.

La menor frunció el ceño. Sacó del agua sus piernas y con sus manos intentó secárselas, lento primero, más rápido después.

-¿Exactamente, en qué pensabas?

Carolina no respondió inmediatamente. Tenía la mirada fija en el atardecer, que ya mostraba sus múltiples colores mezclas de naranjo, púrpura, rojo y azul. Era un espectáculo hermoso, atrapante. Las nubes, como algodones pintados por las manos de un artista, se movían e iban cambiando de colores lentamente, sin hacer sonido alguno. Una paloma volaba solitaria. En algún lugar, cantó un grillo.

-En la calma -dijo, finalmente-. En la calma después de la tormenta. En cómo hemos pasado a la calma desde... ya sabes, desde lo que pasó en nuestro anterior colegio.

Se miraron. Los ojos castaños y claros de Carolina se encontraron con los ojos castaños y oscuros de su hermana, y en ambos hubo significado: una mezcla entre alegría, tranquilidad y paz. Oh, mucha paz.

No corría brisa, pero comenzaba a hacer frío. Lorena se rodeó el pecho con los brazos.

-Todo está mejor ahora, Carol. Todo está mucho mejor. ¡No pienses en el pasado!

-Lo sé -ambas rieron-. De hecho, eso estaba pensando: que ya es tiempo de volver a empezar. Ya sabes, dejar el pasado en el pasado.

Lorena asintió.

-Sí. Es mejor.

Se quedaron un instante en silencio. En el cielo, brillante, apareció la primera estrella.

Súbitamente, Lorena metió las manos a la piscina y con una gran risotada le lanzó agua a Carolina. Ésta apenas alcanzó a cubrirse un poco.

-¡Uy! -gritó, furiosa- ¡Vas a pagármelas!

Lorena se puso de pie y, aún riendo, corrió hacia la hamaca. Desde una posición segura, sacó la lengua a su hermana.

-¡Eso lo veremos! -exclamó.

Carolina se incorporó de un salto y se movió dando zancos por el pasto. La menor rió a carcajadas. En ese instante, el ventanal de la casa de abrió de sopetón y su madre apareció en la escena.

-¡Ya, muchachas! -dijo; y por detrás, sonriente, apareció el rostro regordete y siempre contento de la tía Doris- ¡Suficiente juego por hoy! Arreglen sus cosas, ya nos vamos.

-¡Pero mamá! -reclamó Carolina.

Lorena, tras la hamaca, sacó la lengua por segunda vez.

-¡Ya veremos quién ocupa esta noche el computador! -amenazó la mayor, en el mismo momento en que se prendieron todas las luces de la casa.

Echó a correr hacia el interior de la casa y Lorena quedó helada. Aterrorizada. Congelada.

-A ordenar tus cosas -insistió su madre.

-¡Pero mamá! ¿La escuchaste? ¡El computador!

-Fuerte y claro -rió ella-. Ya, apúrate antes que te lo gane.

-¡Pero mamá! -repitió la joven.

-¡Apúrate!

Lorena corrió detrás de Carolina. La madre, poniendo sus manos en sus caderas, observó la piscina, y cómo las primeras estrellas de la noche se reflejaban en el agua limpia y azulada. No supo cuánto tiempo pasó. Tampoco recordaría nada más de aquel momento, salvo que, en algún punto, algo cayó a la piscina; y se formaron tres anillos que se abrieron y expandieron hasta llegar a los bordes...

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