Las olas del mar chocan contra la arena mojada, y dejan sus restos esparcidos por todas partes. Un poco más allá, la brisa arremolina infinitos granos, haciéndolos revolverse de aquí para allá, de aquí para allá, como remolinos infinitos que se elevan al cielo. El viento también mece mis cabellos, y los lleva de un lado a otro, de un lado a otro, mientras observamos cómo la tarde, poco a poco, va muriendo en la línea del horizonte.
Me tiro sobre la arena e intento que mi brazo alcance la comisura de tus labios. Sonríes.
Acompañada de un viento sorpresivo, te acercas a mí girando sobre la arena y tu brazo pasa por encima de mi rostro. Tus cabellos, como el oro, se mueven graciosamente.
Me levanto un poco. Te beso. Me acaricias tranquilamente, y me observas en silencio, me observas desde el mutismo de tus ojos de jazmín.
No puedo evitar sentirme feliz. No puedo evitar el deseo de gritar a los cuatro vientos que por fin estoy contigo. Me estiro nuevamente. Me besas.
-Te quiero -susurras.
-Te amo -respondo, y te beso.
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